EL CONFLICTO en Medio Oriente y su consecuente impacto sobre el precio de los combustibles a nivel local definitivamente llegó en mal momento. El mundo, Chile incluido, se encontraba, previo al inicio de los problemas en Egipto, en un proceso de recuperación gradual, con una serie de debilidades financieras que estaban afectando principalmente a los mercados desarrollados de Europa, y enfrentando importantes presiones por el lado de los precios de los alimentos.
Esto, unido a las extraordinariamente expansivas condiciones monetarias adoptadas para impulsar las economías domésticas, post gran crisis financiera, había puesto sobre el tapete el temor a presiones inflacionarias que pusieran en jaque a las autoridades.
Chile no ha estado exento de los mismos problemas. El Banco Central ha debido enfrentar condiciones económicas complicadas y decisiones difíciles, mientras el peso, impulsado por las paridades del resto del mundo, sufre una importante apreciación, afectando la capacidad de desarrollo de los sectores exportadores y, con ello, la capacidad de crecimiento futuro de nuestra economía.
La fuerte recuperación de la demanda interna, unida a las importantes presiones en los precios externos de los alimentos, impulsaron al alza la inflación, elevando en forma considerable las expectativas de inflación, las que se desanclaron del objetivo inflacionario del Banco Central.
En medio de este proceso, Medio Oriente entra en conflicto y su consecuencia directa sobre nuestra economía es una fuerte alza en el precio internacional del petróleo, que lleva como efecto directo un alza en los combustibles refinados del petróleo y efectos indirectos en los costos de generación de energía y de transporte, costos que se traspasan en forma más o menos inmediata a los consumidores.
La decisión de las autoridades se complica aún más. En presencia de presiones sobre el tipo de cambio, la opción es disminuir la brecha entre la tasa de interés interna y la externa, disminuyendo la tasa de política monetaria.
Pero una demanda interna fuerte y presiones inflacionarias provenientes del sector alimentos y combustibles indicarían alzas importantes en la tasa de interés de política, con el objetivo de frenar el crecimiento de la demanda interna y, con ello, frenar -al menos- el crecimiento de los precios del sector de bienes no transables.
Ello traería como consecuencia una mayor apreciación del peso y sus efectos negativos sobre el ya golpeado sector exportador. Por otro lado, algo de ayuda podría provenir del sector fiscal, pero para ello sería necesario cortar el gasto, acción nada deseada por los gobiernos, menos cuando aún queda mucho que hacer en términos de reconstrucción.
El manejo económico en aguas turbulentas no es fácil. Menos lo es en medio de una tormenta que se asemeja a la perfección.
Toda acción provoca una reacción y, en este caso, las reacciones se contraponen entre sí. Definitivamente, es la hora de buscar soluciones innovadoras y de pensar fuera del cuadrado.
Esto, unido a las extraordinariamente expansivas condiciones monetarias adoptadas para impulsar las economías domésticas, post gran crisis financiera, había puesto sobre el tapete el temor a presiones inflacionarias que pusieran en jaque a las autoridades.
Chile no ha estado exento de los mismos problemas. El Banco Central ha debido enfrentar condiciones económicas complicadas y decisiones difíciles, mientras el peso, impulsado por las paridades del resto del mundo, sufre una importante apreciación, afectando la capacidad de desarrollo de los sectores exportadores y, con ello, la capacidad de crecimiento futuro de nuestra economía.
La fuerte recuperación de la demanda interna, unida a las importantes presiones en los precios externos de los alimentos, impulsaron al alza la inflación, elevando en forma considerable las expectativas de inflación, las que se desanclaron del objetivo inflacionario del Banco Central.
En medio de este proceso, Medio Oriente entra en conflicto y su consecuencia directa sobre nuestra economía es una fuerte alza en el precio internacional del petróleo, que lleva como efecto directo un alza en los combustibles refinados del petróleo y efectos indirectos en los costos de generación de energía y de transporte, costos que se traspasan en forma más o menos inmediata a los consumidores.
La decisión de las autoridades se complica aún más. En presencia de presiones sobre el tipo de cambio, la opción es disminuir la brecha entre la tasa de interés interna y la externa, disminuyendo la tasa de política monetaria.
Pero una demanda interna fuerte y presiones inflacionarias provenientes del sector alimentos y combustibles indicarían alzas importantes en la tasa de interés de política, con el objetivo de frenar el crecimiento de la demanda interna y, con ello, frenar -al menos- el crecimiento de los precios del sector de bienes no transables.
Ello traería como consecuencia una mayor apreciación del peso y sus efectos negativos sobre el ya golpeado sector exportador. Por otro lado, algo de ayuda podría provenir del sector fiscal, pero para ello sería necesario cortar el gasto, acción nada deseada por los gobiernos, menos cuando aún queda mucho que hacer en términos de reconstrucción.
El manejo económico en aguas turbulentas no es fácil. Menos lo es en medio de una tormenta que se asemeja a la perfección.
Toda acción provoca una reacción y, en este caso, las reacciones se contraponen entre sí. Definitivamente, es la hora de buscar soluciones innovadoras y de pensar fuera del cuadrado.
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